Nota de Cata
Bertrand Sourdais sin lugar a dudas no es tan célebre, al menos todavía, como el insigne Peter Sisseck y otros grandes genios de la uva y de la tierra; pero a mi modesto entender hace cosas igual de interesantes, sino más. Y Antídoto es, siempre desde mi punto de vista, lo más interesante que ha hecho hasta la fecha y por si fuese poco quizá lo más interesante que se esté haciendo ahora mismo en la Ribera del Duero. Así, tal cual suena.
¿Por qué digo esto? Porque la Ribera del Duero, y no es la única zona en la que me pasa, a mí me resulta aburrida. Yo las llamo las denominaciones de los vinos de siete y medio. ¿Por qué siete y medio? Porque es esa nota que separa lo que está bien de lo que empieza a ser verdaderamente notable, no digamos ya sobresaliente.
Por eso cuando encuentras un vino tan reseñable como Antídoto no puedes sino alegrarte, porque rompe con esa enorme y homogénea monotonía, cansina, del siete con cinco que se ha implantado, entre otros lugares, en la Ribera, donde centenares de vinos son, no voy a decir exactamente iguales, pero sí tan parecidos en su estándar roble, crianza y reserva que tras dos copas difícilmente podrías diferenciarlos. No están mal, ni mucho menos, son muy correctos, pero sientes que han perdido, a falta de otra palabra que lo describa mejor, el alma.
Antídoto, valga la redundancia, es el antídoto que cura de la enfermedad de la estandarización, del tedio y del aburrimiento. Un vino elaborado con uva de viñas prefiloxéricas de suelos bien diferenciados en San Esteban de Gormaz (Soria), la región olvidada de la Ribera del Duero y plagada de lo que para otros serían desventajas: viñas muy viejas, suelos arenosos, mayor altitud, terrenos escarpados, clima extremo. Pues bien, de estas supuestas desventajas es de donde Sourdais consigue extraer la singularidad, consigue producir un vino que se diferencia, un vino que sobresale, un vino, a falta de otra palabra que lo describa mejor, con alma.
¿Por qué digo esto? Porque la Ribera del Duero, y no es la única zona en la que me pasa, a mí me resulta aburrida. Yo las llamo las denominaciones de los vinos de siete y medio. ¿Por qué siete y medio? Porque es esa nota que separa lo que está bien de lo que empieza a ser verdaderamente notable, no digamos ya sobresaliente.
Por eso cuando encuentras un vino tan reseñable como Antídoto no puedes sino alegrarte, porque rompe con esa enorme y homogénea monotonía, cansina, del siete con cinco que se ha implantado, entre otros lugares, en la Ribera, donde centenares de vinos son, no voy a decir exactamente iguales, pero sí tan parecidos en su estándar roble, crianza y reserva que tras dos copas difícilmente podrías diferenciarlos. No están mal, ni mucho menos, son muy correctos, pero sientes que han perdido, a falta de otra palabra que lo describa mejor, el alma.
Antídoto, valga la redundancia, es el antídoto que cura de la enfermedad de la estandarización, del tedio y del aburrimiento. Un vino elaborado con uva de viñas prefiloxéricas de suelos bien diferenciados en San Esteban de Gormaz (Soria), la región olvidada de la Ribera del Duero y plagada de lo que para otros serían desventajas: viñas muy viejas, suelos arenosos, mayor altitud, terrenos escarpados, clima extremo. Pues bien, de estas supuestas desventajas es de donde Sourdais consigue extraer la singularidad, consigue producir un vino que se diferencia, un vino que sobresale, un vino, a falta de otra palabra que lo describa mejor, con alma.