lunes, 4 de marzo de 2013

Vergnes Blanquette de Limoux Méthode Ancestrale


Nota de Cata


El vino en Francia, la pizza en Italia, la cerveza en Bélgica, las salchichas en Alemania y la corrupción en España. Salvo Inglaterra, que sólo sirve para joder a los demás, hay que admitir que cada país tiene su talento. Y, desde luego, el de los franceses en materia de vinos hay que reconocerlo fundado, amplio y dilatado en el tiempo.

Pero son precisamente esa amplitud, donde hay cabida para verdaderas joyas y para auténticos pestiños sobrevalorados, y esa historia dilatada la que hacen que bucear en sus vinos sea una tarea compleja, sobre todo si no quieres que te la metan doblada, a la que poco a poco iremos dedicando tiempo en comprender y desgranar. Hoy, espoleado por la última entrada en la que dimos unas pinceladas sobre el apasionante mundo de los espumosos tintos, me parecía de justicia hacer lo mismo con el mundo de los espumosos blancos. Pero claro, hacerlo con un cava o con un champagne hubiese sido como hacer la entrada previa con un Lambrusco del LIDL: quizá no incorrecto, pero sí previsible y un tanto mainstream.


Así que rebuscando un poco en la historia de los vinos franceses me ha parecido que la mejor forma de entrar en los espumosos blancos es hacerlo por la madre de todos ellos, la Blanquette de Limoux: el primer vino espumoso del que se tiene constancia.

Su leyenda, que transcribo tal cual me la contó una simpática francesa encargada de la atención al visitante en la cuna de este espumoso, la Abadía de Saint-Hilarie, cuenta que allá por el año 1530, en la bodega de la abadía excavada en los cimientos del monasterio, como cada año entre octubre y noviembre, los monjes andaban atareados con el proceso de fermentación del mosto procedente de uvas mauzac. Sin embargo, en esta ocasión, por error, por exceso de prisa o por exceso de ganas de remojar el gaznate, vaya ud. a saber, el vino se trasvasó antes de tiempo a los toneles donde lo guardaban para su consumo, quedando todavía azúcares y levaduras en él. El fortuito error hizo que con la llegada de la primavera y el ligero aumento de la temperatura las levaduras volviesen a actuar y se produjese una continuación de la fermentación previamente detenida, algo totalmente inesperado y que fue lo que liberó gas carbónico en el vino. Cuando los monjes, ya bien entrada la primavera, fueron a probar el resultado de sus esfuerzos, encontraron, sorprendidos, que en vez del vino blanco seco que esperaban tenían un espumoso ligeramente dulce, algo totalmente inaudito hasta la fecha. No obstante, el secreto no tuvo gran difusión y todavía tendrían que pasar más de 120 años hasta que otro monje, un tal Pierre Pérignon visitó Saint-Hilarie y exportó esa idea a otra abadía en la región de Champagne-Ardenne. Hecho, también casual, que dió definitivamente notoriedad y difusión a los espumosos.

Tristemente, en la actual celebridad del Champagne parece que sus orígenes, la Blanquette, han quedado olvidados. Sin embargo, durante buena parte del S.XVIII y del S.XIX, la Blaquette era tan conocida o más que su rival, alcanzado la cúspide de su notoriedad cuando Thomas Jefferson, tercer presidente yankee y amante de los vinos, la elegió como el único espumoso de su bodega y uno de sus vinos favoritos. Desde entonces mucho ha llovido y su antigua fama se ha diluido hasta casi borrarse, lo que todavía hace mucho más interesante el placer de redescubrirla.

A estas alturas de la historia te estarás preguntando que bien, que muy bonito todo lo que te he contado, pero que exactamente qué es lo que descubrirás cuando la tengas delante. Y está claro que mi misión es responderte, pero como no he encontrado nota oficial de cata, sólo voy a poder darte mi opinión; que es la siguiente. En copa encontrarás un vino de color amarillo ligeramente pálido, brillante y limpio, quizá algo menos gasificado que un cava o un champagne, pero con suficiente burbuja para apreciar su efervescencia en copa. Cuando lo huelas el olor te traerá aromas a manzana verde y a flores, quizá jazmín. Y en boca encontrarás que para tratarse de un vino dulce tiene una refrescante acidez que lo hace ligero, algo a lo que también contribuye una burbuja pequeña y suave. Presenta sabores a frutas ácidas, manzanas principalmente y un ligerísimo, casi inapreciable, toque mineral. Tiene un final largo y un postgusto que recuerda vagamente a la sidra brut de Normandía. 

Es importante fijarse en que un buen Blanquette método ancestral, no debe ser un vino dulzón y empalagoso. Por eso, cuando elijamos, buscaremos aquellos con una graduación alcohólica por encima del 7%, entorno a 8% o 9%, puesto que ello implicará que se han consumido más azúcares en el proceso de fermentación, teniendo un resultado más cercano a lo semi-dulce (~40gr de azúcar por litro) que a lo dulce (>60gr de azúcar por litro). Si ves una Blanquette con 6% de alcohol mejor no la compres, hazme caso, que ya compré yo por ti y te puedo decir que, aunque no he probado todas las de 6º, esa no merecía la pena, siendo cafres y abusando de la comparación, una sidra El Gaitero me hubiese hecho el mismo papel.

En definitiva, a mi modesto entender, este Vergnes es un espumoso blanco dulce, fresco, muy frutal, con acidez y sobretodo agradable y sencillo de beber, bien sea en el aperitivo, bien sea en los postres, o bien sea como copa de sobremesa; y que si tuviese que definir en una palabra sería delicioso.

Además, permíteme la nota esnob, cuenta con la particularidad, única, de haber obtenido sus burbujas de la forma más natural posible: por continuación de la primera fermentación (que es en lo que consiste el método ancestral) en vez de por adición de levaduras y azúcares para incitar una segunda fermentación como sucede con los métodos champenoise (también conocido como tradicional) y charmat. Algo, que en los tiempos naturalmente ecológicos que corren, no me negarás que es un reclamo genial para una cena vegana con tus amigos comealcachofas ;)

¿Cómo tomarlo?


Frío, sin pasarte, sobre los 6ºC y en una copa de tulipa, en su defecto en una tipo flauta.

¿Con qué acompañarlo?


Para mi gusto de absolutamente nada. Si hay un vino para beber sin necesidad de acompañamiento es este. Si tienes que acompañarlo de algo, intenta que sea de algo ligero y evita los chocolates, una tarte tatin le podría ir bien, y obviamente en versión menos pija cualquier tarta de manzana o una macedonia de frutas.

¿Dónde comprarlo y cuánto me va a doler el bolsillo?


No es un vino excesivamente sencillo de conseguir. Lo más directo y lo que mejor precio te proporcionará, sobre 7€ la botella, es darte una vuelta por Saint-Hilarie y conocer el sur de Francia. Online parece estar disponible, aunque, a priori, no parece que envíen a España (siempre puedes negociar). Una alternativa podría ser el premiado Alain Cavaillès que lo puedes encontrar a 10€ la botella y con envío a España.

Valoración


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